A cara de perro by Ralph Barby

A cara de perro by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
publicado: 2019-05-08T22:00:00+00:00


CAPITULO VIII

Paul J. Jackson se introdujo en la granja Thompson, situada en los alrededores de Bryan City como muchas otras. Allí había algo de algodón, maíz y otras verduras y hortalizas que los Thompson debían cultivar para el consumo familiar.

La casa estaba en el centro de una extensión de tierra llana, con algunos árboles aquí y allá, que semejaban marcar límites, si no de la granja, sí de los diferentes sembrados. Aquellos árboles brindaban sombra al granjero y a los caballos que podía utilizar para arar.

Paul se detuvo frente a la casa, baja pero espaciosa y cuidada; no debía hacer más de un año que habla sido repintada.

Una mujer con niños pequeños salló a su encuentro mientras se secaba las manos. No era joven ni bonita, era una mujer que luchaba con la tierra para sacar su granja adelante.

—Buenos días, señora Thompson.

La mujer se llevó la mano a las cejas para hacer visera, tenía el sol delante y no veía bien al Jinete. De pronto, exclamó:

—¡Paul, Paul, si es el hijo del patrón!

—No, señora Thompson, sólo soy Paul J. Jackson, ya no soy patrón ni hijo de patrón.

—¡Cuánto tiempo sin verle! Creíamos que había desaparecido en la guerra; como no volvió por Waco City, dijeron que había muerto.

—Me enteré un poco tarde de que la guerra había terminado y luego no tuve mucha prisa por regresar, hasta… Bueno, señora Thompson, ¿y su marido?

—Está en Bryan City; pero, pase, pase, no hay mucho que ofrecerle, espero que sabrá comprenderlo.

Paul se apeó del caballo y miró a los chicos que a la vez le observaban a él, entre interrogantes y admirados.

Entró en la casa donde reinaba una grata penumbra.

—No me dijo Joss Thompson que tuviera una plantación tan hermosa.

—¡Uy!, lo que le ha costado, lo que le ha costado; sudores y hasta sangre. Ya sabe que vino herido de la guerra.

—Sí, sé que le hirieron.

—Le dieron de baja y en vez de hacer la guerra se puso a trabajar y duro, pese a que le falta un brazo. Dios mío, Dios mío…

De repente, se echó a llorar al recordar el miembro que le faltaba a su marido pese a que cada día, uno tras otro, vivía aquella circunstancia

—Por favor, señora Thompson.

—¡Niños, niños, fuera, fuera; dejad tranquilo al señor Jackson!

Los chicos dudaron al ver llorar a su madre que, por voluntad de Paul, se sentó en una poltrona.

—No, si no lloro nunca, no quiero que Joss me vea llorar; pero a veces, bueno, creo que no ha venido aquí a que yo le ponga triste.

—No es cierto, vengo a otra cosa. Me he dicho «si vas a Bryan City, pasa antes por la granja Thompson, allá serás bien recibido y si tienes problemas encontraras amigos».

—Sí claro que sí, pero plata, plata…

—No tema, señora Thompson, no vengo a buscar dinero.

—No quería ofenderle.

—Tranquila, y séquese esas lágrimas. Pues sí, tienen unos campos de maíz y algodón preciosos.

—Esta tierra es buena para plantar y tenemos cochinos, una buena piara, no nos moriremos de hambre. Los niños



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